Vingegaard, el ciclista de los pies planos

Al principio, cuando Dave Brailsford habló por primera vez de los marginal gains como único secreto de la esplendorosa década del Sky (ahora Ineos), todo el mundo hizo una mueca de incredulidad y pensó que era un término más de mercadotecnia creado exclusivamente para incrementar el marketing del equipo. Con el tiempo ha quedado más que demostrado la importancia que tienen las pequeñas cosas,- esas que apenas se tienen en cuenta-,que sumadas todas ellas pueden ofrecer un resultado difícilmente inimaginable. Vingegaard es un ejemplo de ello. 

Casi nada ha transcendido de sus valores fisiológicos pero ahora todo el mundo es consciente que son absolutamente extraordinarios, aunque algunos lo supieron desde aquellas vacaciones con sus padres en sus primeros años de la adolescencia en Croacia, Suiza y más tarde en Francia donde quería imitar a Alberto Contador, uno de sus ídolos, en los mismos escenarios en los que destacaba el madrileño. Vingegaard era capaz de descolgar al más  avezado cicloturista con apenas 13-14-15 años y agobiar a su padre a preguntas mientras éste sobrevivía a duras penas intentando seguir a su vástago. Sin apenas ningún tipo de preparación especial el danés fue capaz de realizar el octavo mejor tiempo en una cronoescalada para amateurs en Alpe d’Huez con 19 años. 

Pero cuando el juego se convierte en competición, deja de ser un pasatiempos y se dan algunos problemas, que en el caso de Vingegaard no tardaron en aparecer. Los nervios y la presión que se imponía a si mismo eran de tal magnitud que no había víspera de carrera que no vomitara o pegara ojo por la noche. Ante semejante situación su madre le advirtió que no era necesario competir para disfrutar de la bicicleta y dado que no le veían muchas posibilidades le aconsejaron que se pusiera a trabajar, cosa que hizo en una fábrica de pescado desde las cinco de la mañana hasta el mediodía, que era cuando comenzaba su vida deportiva. 

Pero el destino parecía escrito y estaba sobre una bicicleta. Las casualidades, su gran potencial y los marginal gains aplicados por el Jumbo-Visma hicieron el resto. En Dinamarca, un país absolutamente llano, apenas podía exhibir sus cualidades escaladoras pero el ColoQuick, su equipo, y la selección danesa le permitieron salir al extranjero y comenzar a sobresalir, aunque difícilmente podía ganar. Sin embargo aquellos que conocían sus datos le describían como un gato con corazón de león, un órgano que le permitía desarrollar un 15% más de potencia que otros corredores de su talla y peso. 

El 2017 es un desastre por una rotura de la cadera pero Christian Andersen, su director, que había coincidido con Grischa Niermann en profesionales (primera casualidad), insiste al entonces buscador de talentos para el Jumbo que hagan un seguimiento a Vingegaard y le ofrece como tarjeta de presentación el récord que había realizado en la subida al Col de Rates. Niermann, que entonces seguía a Michael Honoré (ahora Quick-Step) y a Julius Johansen (Intermarché), se queda maravillado con algunas actuaciones del danés y le ofrecen un contrato profesional para el 2019, aunque hay algunos problemas que solucionar con el chaval: la nefasta gestión de hace de la presión. En cada ocasión que se siente obligado a hacer algo importante, desfallece. Lo hace en el Valle de Aosta, donde gana la prólogo, pero pierde el liderato y se retira al día siguiente. Le ocurre lo mismo en el Campeonato del Mundo Sub-23 se Innsbruck donde siendo uno de los principales favoritos (gana Marc Hirschi) se clasifica en un discretísimo puesto 64. Y le vuelve a ocurrir en la Vuelta a Polonia de 2019, que tras haber ganado la etapa reina no puede defender el liderato el último día y pierde más de 14 minutos ante Mohoric que gana la etapa y Pavel Sivakov que se lleva la general. 

El Jumbo lo pone en manos de Tim Heemskerk, un entrenador sin experiencia en la carretera (provenía del Mountain Bike) para que pula la joya en el aspecto físico y en manos de un coach para que aprenda a gestionar mejor la presión. También le apoyan Primoz Roglic con consejos en cuanto a la gestión de situaciones difíciles, y Wout Van Aert en el aspecto técnico para que aprenda a bajar mejor y vaya más relajado en el pelotón. 

Cuando lo vemos subiendo el Angliru en 2020 tirando de su líder apenas nadie reconoce a ese renacuajo que está infligiendo un auténtico infierno a sus adversarios. Parece flor de un día porque su enjuto cuerpo se rompe ante tanto motor. Descubren que tiene los pies planos, y la costumbre de los escandinavos a caminar descalzos en sus domicilios tampoco ayuda para los problemas que sufre en el talón de aquiles casi de forma constante. Le hacen unas plantillas que no se las quita para nada y se soluciona el problema. El nacimiento de su hija Frida le hace replantearse muchas cosas, relativizar las cosas que no son verdaderamente importantes, y le ofrece una tranquilidad casi absoluta de forma milagrosa. Ya no hay objetivo, por grande que sea, que le provoque el descomunal pánico que antes lo destrozaba. Tom Dumoulin se toma un tiempo sabático para reorganizar su vida (otra casualidad) y eso provoca que el equipo lo convoque para el Tour, una carrera, en la que tendrá que afrontar las labores de líder por la inesperada retirada de Roglic obligada por una caída. El pasado atemoriza al equipo que no le concreta ningún objetivo claro por miedo a que vuelva a fallar, pero no lo hace y, aunque no presenta una sería amenaza para Pogacar, que estaba intratable, es el oponente más fuerte clasificándose en segunda posición. 

 Ahí comenzó su despegue y según relatan los que mejor lo conocen, aún no ha alcanzado su máxima altura. 

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