Más allá del resultado, que ha sido excelente para la afición local, la Itzulia de este año ha hecho unas cuantas aportaciones que convienen ser tomadas en consideración si es que el ciclismo aspira a ser más atractivo. El diseño del recorrido ha sido una de ellas. Comenzar con una crono siempre es mejor que terminar con ella porque la lucha directa para saldar las cuentas de la semana resulta más excitante. Las bonificaciones no han estado mal y adoptar fórmulas contrastadas en otros ciclismos como el italiano (sterrato) o el belga (carreteras estrechas y repechos) también ha sido beneficioso porque añaden algunas características que de otra forma pasan inadvertidas. No conviene omitir el riesgo que existe por incrementar la probabilidad de caídas o pinchazos pero contra eso no hay fórmula que valga como se demostró en la caída que envió a casa a Alaphilippe o Kwiatkowski, entre otros (ocurrió en una carretera ancha y con unas condiciones inmejorables). El ciclismo tampoco puede pretender ser únicamente una ecuación matemática de las condiciones exclusivamente físicas de unos pocos, también se deben exigir cualidades como la anticipación, valentía, técnica, improvisación, visión, equipo, arrojo y otras facultades que enriquecen sobremanera el espectáculo como se pudo comprobar en las dos últimas etapas en las que se pudieron disfrutar dos auténticas obras de arte.
Lo que ocurrió el viernes camino de Arrate fue extraordinario, casi conmovedor e histórico que debería hacer reflexionar a más de uno en su visión retrógrada y rígida sobre este deporte. Desde hace tiempo se ha instalado en el ciclismo una rutina que pasa por querer controlar todo desde el pelotón ejerciendo la autoridad con superequipos que estrangulan a sus adversarios con ritmos imposibles de superar. Aunque poco vistosa es una táctica eficaz si se tiene al corredor más fuerte para rematar. En caso contrario tiene sus pegas y Jens Zembke, director del Bora- hansgrohe, equipo del líder Maximiliam Schachmann, advirtió que su corredor podía tener algunos problemas en las subidas por mucho que llevara ganadas tres de las cuatro etapas que se habían disputado, y anteponiéndose a los acontecimientos, eligió una estrategia totalmente opuesta a la que hubiera decidido cualquier director tradicional. Se defendió atacando, una actitud valiente caída en desuso. Dio libertad de movimientos a Patrick Konrad y Emmanuele Buchmann, bien situados ambos en la clasificación general. En lugar de matarse a tirar del pelotón y conjurarse para que Schachmann pudiera mantener su ventaja, los dos corredores mencionados se turnaban en todos los intentos de escapada que se producían con intención de aislar al líder. Una de ellas hizo camino. Buchmann había ejecutado con precisión lo que su director había dibujado con maestría en la pizarra. Y como en ocasiones la realidad supera a la ficción bastaron un toque de improvisación y un ataque se sublevación por parte del corredor, para que la competición tomara una dimensión superior. Fue una auténtica delicia.
Buchmann, que estuvo soberbio, ganó la etapa y se puso líder con 54 segundos de ventaja, ofreciendo, teóricamente, más garantías que su compañero Schachmann. Pero, a veces, nada es lo que parece.
Con la lección aprendida, los Astana no estaban dispuestos a renunciar al sueño de Izagirre, que tras haber sido tercero en tres ocasiones, veía que se le estaba diluyendo la inmejorable oportunidad de alcanzar quizás el mayor logro del que es capaz. Alguien les hizo ver la torpeza estratégica que cometieron la víspera al dejar coger dos minutos de ventaja a Buchmann. Nada se les podía reprochar a Gorka Izagirre y Luis León Sánchez, que dieron todo y más de lo que tenían, pero si quizás a Fuglsang que tardó en exceso en ponerse a tirar. Si lo hubiera hecho cuando la diferencia superó el minuto, seguramente el resultado hubiera sido distinto porque ya se encargarían otros (Yates, Landa, Dan Martin…) de subir rápido Arrate. Había que tirar cuando nadie estaba dispuesto a hacerlo o cuando quienes lo hacían no conseguían la eficacia que urgía la situación. Sea como fuere estaban dispuestos a asaltar la banca y lo hicieron.
Por previsible que fuera la estrategia no resultó sencilla porque requería enlazar muchas circunstancias. Primero someter al líder en montaña, cosa que no parecía fácil viendo el imponente rodar de la víspera. Segundo, que Izagirre estuviera a la altura de los mejores escaladores, cosa nunca baladí. Tercero, la indispensable necesidad de formar un grupo en cabeza con intereses comunes que garantizara una trabajo en su conjunto. Cuarto, el aislamiento casi total del líder para ejecutarlo entre los puertos, que es donde se marca la diferencia como se comprobó una vez más. Vamos que hacía falta que se diera la tormenta perfecta y la provocó el Astana que se vengó con otra obra de arte interpretada a la perfección por sus dos principales artistas en la carrera.
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