No me he olvidado de Laurent Fignon, fallecido ayer en Paris ayer por cáncer de páncreas. No, no me he olvidado y nadie lo debería hacer. Guste o no, fue un corredor que no dejó indiferente a nadie. Un ciclista con una personalidad muy propia, inconformista, sin complejos, con agallas para enfrentarse a cualquiera y cualquier cosa que creía injusta, chulesca a veces y grosera en ocasiones. Fignon fue más famoso por haber perdido el Tour del 89 por ocho segundos ante Greg Lemond, que por haber ganado dos, el del 83 y 84. Pese a esos triunfos, Fignon nunca fue un corredor excesivamente querido, quizás su procedencia urbana (nació en París el 12 de Agosto de 1960) no le ayudó en un deporte con raíces y protagonistas más bien de entornos rurales por aquella época, pero lo que más le perjudicó fue su continua indiferencia con la prensa que a menudo trataba con menosprecio. El haber coincidido con Bernard Hinault, endiosado por la mayoría de los franceses, tampoco contribuyó al reconocimiento que merecían sus logros deportivos.
Conocí a Fignon en esos años en los que todos los sueños parecen alcanzables, la vida maravillosa y los campeones del deporte se convierten en héroes que todos los jóvenes quieren imitar. Reconozco que Fignon no me atrapó. Lo impidió su actitud, que consideraba lejos de la humildad que caracterizaba a la mayoría de los ciclistas y que se suponía era casi una cualidad indispensable para llegar lejos en el ciclismo y en la vida. Más bien admito que fui seguidor acérrimo de uno de sus principales rivales, Greg Lemond, que aunque estadounidense, ofrecía una imagen más amable y moderna que el francés. Tenía más magnetismo. Luego, en los años de su decadencia, tuve la oportunidad de correr con él y guardo algunos gratos recuerdos que es lo único que nos enorgullece a los ciclistas mediocres como yo; el haber coincidido en el pelotón con grandes campeones como él.
Fignon fue un corredor indomable como pocos y egoísta como la mayoría que más que rendirse ha tenido que sucumbir ante uno de los peores enemigos del ser humano. Sin embargo, logró mucho más que un brillante palmarés, consiguió lo que está al alcance de unos pocos, dejar una huella indeleble. Descanse en paz.
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