Armado como siempre con una actitud vigorosa descomunal, una ambición que no conoce límites, y acompañado de una fuerza y forma desconocidas hasta el momento, Julian Alaphilippe ha asaltado el Tour de Francia como nadie podría haber imaginado jamás. A Eddy Merckx se le ha agotado la larga lista de elogios que siempre ha escuchado y no acierta a definir lo que está realizando el corredor francés; Bernard Hinault reconoció estar “impresionado” y añadió que quien no lo estuviera no entiende absolutamente nada de ciclismo; y Bernard Thevenet está mudo ante el amplio repertorio que ha ofrecido el pequeño saltamontes. Los hay incluso quienes aseguraban sin ambages que “ganaría” el Tour, frase que se le pudo leer a todo un Richard Virenque en una entrevista. Pero seguramente, lo hizo antes de la jornada de descanso, porque en la última etapa de los Pirineos, en la llegada de Prat d’Albis, Thibaut Pinot abrió la grieta por donde se le puede escapar lo que parecía seguro en el alto del Tourmalet.
La crono de Pau fue la noticia del año. Cuando todo el mundo estaba realizando los cálculos para intentar acertar el retraso que acumularía el líder, llegó la sorpresa: Alaphilippe ganó la crono del Tour, una carrera en la que nunca pudo superar un discreto 28º realizado en 2016 en la cronoescalada a Megeve, una especialidad, la cronoescalada, que si domina como demostró ganado la de la París-Niza de hace dos años ante todo un Contador. Pero en una crono llana, por dura que fuera, nadie esperaba semejante rendimiento. Eso fue bastante más sorprendente que verle escalar junto a los mejores en el Tourmalet. Al fin y al cabo, y pese a presentar alguna deficiencia en trabajos largos como aseguró su primo y entrenador Frank Alaphilippe, su potencia relativa es porcentualmente bastante superior a la absoluta, algo imprescindible para una crono con tramos llanos y falsos llanos.
De repente, de la noche a la mañana, Alaphilippe se convirtió en el sueño francés para hacer olvidar la pesadilla que ya dura 34 años. La mayoría de los corredores franceses que disputan el Tour de Francia no habían nacido cuando sus progenitores disfrutaron de la victoria de Bernard Hinault en 1985. Desde entonces la nostalgia ha ido creciendo hasta convertirse en una obsesión sin, de momento, solución. Como ocurrió con Indurain, con Armstrong, con Wiggins, e incluso con Froome y Thomas, había un corredor dispuesto a quebrar todas las teorías para dar a Francia lo que creen pertenecerles por derecho.
Pero también de la noche a la mañana, del alto del Tourmalet al de Prat d’Albis, la cruda realidad hizo su aparición para rebajar la euforia desmesurada que existía en torno al corredor del Deceuninck-Quick-Step. Si la víspera celebraron el día de los franceses con victoria de Pinot y el fortalecimiento de Alaphilippe como líder ante la atenta y agradecida mirada del presidente de la república Emmanuel Macron, el día de Prat d’Albis fue la lucha entre los dos franceses la que provocó el tropiezo del líder cuando pretendía huir apresuradamente con su botín hasta París. Abierta la fisura, la cicatriz puede empezar a sangrar en los Alpes.
En los Pirineos ha quedado una cosa clara, nadie ofrece unas garantías absolutas de éxito. Los más fuertes han sido Pinot y Mikel Landa, que como siempre ofreció destellos de esa magia que distingue a los ciclistas especiales que hacen de la libertad su razón de ser y que disfrutan cuando la anarquía se extiende a todo el pelotón. Landa es puro instinto, un ciclista que huye de la lógica jerarquizada y que solo exhibe su mejor versión cuando se toma la licencia de hacer lo que le de la gana. Su mérito es tremendo por tratarse del único corredor que está rindiendo a un nivel optimo después de disputar también el Giro de Italia. Vincenzo Nibali, Simon Yates o Ilnur Zakarin no han sido capaces de aguantar ni medio envite para la general, Landa se mantiene con opciones de podium aunque la frontera que existe desde el quinto puesto para atrás pueda ser excesiva. Ahora nadie permitirá a Landa ninguna alegría, y cualquier movimiento será atajado en corto, o eso intentarán.
El hombre decisivo del Tour de Francia puede ser Thibaut Pinot, el único corredor capaz de atacar y prolongarlo hasta agotar a todos sus adversarios. Sin la presión que le contrae, más maduro, tranquilo y sereno, puede hacer añicos al pelotón en las tres etapas alpinas que obligarán a los corredores a superar 6 puertos de más de 2000 metros. Según las estadísticas de los últimos años las cronos han sido más decisivas que las montañas, y la tercera semana ha sido menos decisiva que la segunda y que incluso la primera. Pinot está dispuesto a cambiar esa teoría, y también la suerte de Francia en su carrera.
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