El diseñador del Tour de Francia de este año merece un reconocimiento. Su propuesta ha sido una invitación constante para que todo tipo de corredores tuvieran una oportunidad, y todos han intentado aprovecharla rompiendo la monotonía que venía siendo habitual en la primera parte de la carrera. Otros años la primera semana consistía en un recital de los esprinters en la que normalmente destacaba siempre el mismo: Cavendish en los primeros años de la década, luego Marcel Kittel y entre medias Greipel, que al igual que los dos mencionados, también se llevó 4 etapas en el Tour de 2015. Este año todo está siendo diferente, por fortuna. Se llevan disputadas 10 etapas y aún nadie ha conseguido repetir victoria, algo que no ocurría desde el año 2002, todo un síntoma de igualdad y de la multitud de posibilidades que está ofreciendo una carrera muy abierta.
Ha habido sorpresas que resultan muy agradables por novedosas y por tratarse de corredores jóvenes, lo cual siempre es una buena noticia. Mike Teunissen se llevó la primera etapa demostrando una gran capacidad de improvisación dando una salida victoriosa a la caída de su compañero Dylan Groenewegen (que se desquitó del disgusto en otra etapa) para quién tenía que haber lanzado el esprint.
Wout Van Aert, por su parte, ganó en Albi (décima etapa) un esprint que reafirmó aquella victoria que logró en la Dauphiné y corroboró ser un gran llegador cuando se trate de esprints de resistencia, en aquellos en que lo decisivo no es esprintar a 70 km/h sino mantener una velocidad menor (en torno a 60 km/h) durante más tiempo. Sagan, Matthews, Van Avermaet y Kristoff tienen un serio problema con el tres veces Campeón del Mundo de cyclo-cross. Van Aert ha redondeado una primera parte del Tour extraordinaria para el Jumbo-Visma, equipo que con cuatro victorias está realizando una carrera histórica e inesperada por haber superado con creces sus pretensiones iniciales.
Capitulo aparte merece Julian Alaphilippe, el líder, que más que un ciclista parece un saltamontes inagotable de energía. Con su victoria en Epernay, añadió un recital más a su ya amplio abanico de virtudes. Se sabía que era el mejor llegador en repechos verticales, un gran rematador en grupos pequeños capaz de ganar también en escapada etapas de gran montaña, e incluso con posibilidades de llevarse ciertas cronos que se adapten a su nerviosismo. Pero lo de Epernay fue un punto y aparte, porque nunca se le había visto imponerse en una persecución con un pelotón rabioso por atraparle, cosa que no pudieron hacer tampoco en Saint Etienne y que le sirvió para recupera el maillot amarillo con ayuda de Thibaut Pinot, que también estuvo brillante y logró meter tiempo al resto de favoritos. Ese día fue un auténtico homenaje al ciclismo, un espectáculo que dejó embriagados incluso a los aficionados más exquisitos. En una misma etapa se pudo disfrutar de tres batallas diferentes: la victoria de etapa consumada por un auténtico especialista como es Thomas de Gendt; la lucha por el amarillo ejecutada con precisión por Alaphilippe que ha abierto el debate de hasta dónde podría llegar en la general; y la pugna entres los favoritos que llevó a cabo Pinot con unos beneficios muy superiores a los conseguidos en la etapa de la Planche des Belles Filles, etapa que sirvió para que Geraint Thomas marcara el territorio que le corresponde desde el año pasado.
Y para que no faltara de nada, en la víspera del primer día de descanso, apareció el aire de costado que como siempre dejó algunos lisiados por el camino. Nada más y nada menos que al menos cinco corredores con aspiraciones de pódium se dejaron un retraso que arrastrarán durante toda la carrera: Pinot, Fuglsang, Porte y Urán, llegaron con un minuto y cuarenta segundos de retraso; Landa, el más perjudicado, una vez más, a dos minutos y nueve segudos, un retraso que se antoja muy difícil de recuperar.
De todas formas esto no ha hecho más que comenzar y ante lo que se avecina no cabe más que tener esperanza de que la fiesta siga igual y que, por fin, sea un Tour de Francia maravilloso.
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