Cruce de caminos en la Liege

Jakob Fuglsang ya tiene por fin un monumento que certifica la calidad que siempre se la ha supuesto. En sus mejores días, ofrecía destellos para confiar en que podía alumbrar bastante más que lo que lucía su modesto palmarés, distinguido tan solo por vueltas de segundo orden y etapas en carreras de más prestigio, pero nunca llegando a los límites que se le atribuían. Prisionero de una excesiva cautela, casi acomplejado e intimidado por compañeros de más personalidad, Fuglsang nunca había tenido una ambición equiparable a los grandes corredores hasta que, de repente, en 2017, lejos ya de la sombra imponente de Nibali, comenzó a volar con más libertad, más convencimiento, más firmeza y mejor considerado,  logrando ganar la Dauphine que suponía para él una grata esperanza de cara al Tour de Francia pero que no se pudo completar por una tonta caída y las posteriores fracturas.

Fuglsang celebrando su mayor victoria

En ese punto de inflexión el danés encontró un trampolín que lo está lanzando a su mejor versión ahora, a sus 34 años, sin más tiempo que perder. Su progresión en resultados está siendo llamativa. Tercero en Tirreno, sus últimos 15 días han sido de libro: cuarto en la Itzulia, tercero en la Amstel, segundo en la Fleche y ganador, con exhibición, en la Liege, donde dio un recital a la altura de la carrera.

 

Fuglsang no es un corredor espectacular, no posee una ejecución rápida ni brusca, es un corredor suave, como su cara y pedalada que muestran más amabilidad que codicia, y por ello es muy previsible, poco dado a la improvisación. Él necesita estrangular a sus adversarios a base de paciencia y resistencia, dos cualidades muy recurrentes en una carrera como la Liege, capaz de apaciguar las bondades de los más vigorosos si se exceden en sus virtudes.

En su guión figuraba que aceleraría el ritmo en la Roche aux Facons, a 16 kilómetros de la meta, con la suavidad que le caracteriza, casi como invitando al resto a acompañarle en su aventura con la condición de que estén tan fuertes como él, cosa que solo demostraron Michael Woods y Davide Formolo, y no por mucho tiempo. La invitación contenía un mensaje oculto que pronto descubrirían el veterano canadiense y el joven italiano, una persistencia en el sufrimiento que no fueron capaces de soportar ninguno de los dos. Esa fue la clave de la victoria, su sello como corredor.

 

Podium con Formolo, Fuglsang y Schachmann

La Liege, carrera durísima ayer acrecentada por la adversa meteorología que por momentos hizo recordar, que no comparar, a la histórica edición de 1980 que ganó Bernard Hinault bajo la nieve (sólo terminaron la prueba 21 corredores), fue un cruce de caminos que enfrentó a los corredores en dos direcciones opuestas. El camino hacía arriba, que siempre conduce a la victoria o a algún resultado destacado, no fue exclusivo para Fuglsang, también para el joven Maximilian Schachmann, que logró el pódium confirmando su gran progreso, o Vincenzo Nibali y Mikel Landa, que, sin estar aún rebosantes de energía y ambición, demostraron estar enfilados en el camino correcto hacia el Giro de Italia, carrera en la que se encontrarán en la lucha por la victoria.

Hubo otros muchos que no tuvieron más remedio que tomar la carretera en sentido contrario, algo que no es del gusto de nadie pero la fisiología tiene sus leyes y, a veces, por mucho que uno se empeñe uno en violarlas, no tiene otra salida que aceptarlas con resignación.

No es habitual verle retirarse en una carrera a Alejandro Valverde, y menos en la Liege donde su nombre ya figura con letras de oro en cuatro ocasiones. Por lo visto el Campeón del Mundo se cayó entrenando y el fuerte dolor fue una oposición añadida que, en esta ocasión, no fue capaz de superar.

Alaphilippe ganando la Strade Bianche

La lógica también aplastó a Julian Alaphilippe, sin duda, el hombre del primer tercio de la temporada (nueve victorias). Aceptó su derrota poco antes de la Redoute, primer asalto importante de la carrera. Ya notó en la Amstel que sus depósitos de energía se estaban reduciendo, no de forma alarmante, pero si preocupante de cara a la Liege, su última estación antes del descanso para preparar adecuadamente el Tour de Francia. Una vez que utilizó su último gramo de fuerza en el muro de Huy para revalidar la victoria en la Fleche, en la Liege poco le quedó que ofrecer, más que el orgullo. El francés fue sometido por el estado más corriente del deporte, el cansancio. Alaphilippe ganó su primera carrera de la temporada muy lejos en el tiempo y el espacio. Hace exactamente tres meses que se impuso en dos etapas en la Vuelta a San Juan de Argentina y desde entonces no ha parado de ganar. En todos los meses, en todas las vueltas, y casi en todas las carreras ha saludado al público desde lo más alto del pódium. A un hombre como él no le hace falta estar repleto de fuerzas para ganar en una carrera como San Juan o la Vuelta a Colombia, pero si es un requisito imprescindible para hacerlo en la Strade Bianche y de eso también hace más de mes y medio.

Mano a mano entre Fuglsang y Alaphilippe en la Amstel

Fuglsang y Alaphilippe se han encontrado en muchos cruces durante esta temporada (Strade Bianche, Tirreno, Itzulia, Amstel y Flecha) y aunque la Liege los ha alejado en direcciones opuestas, seguro que la carretera los conducirá al mismo punto de partida sin mucha demora.

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