La llegada de corredores a la elite del Tour de Francia siempre es una buena noticia para el ciclismo y por eso hay mucho que celebrar. Primero, y sobre todo, porque ha habido dos corredores que han pisado por primera vez el pódium de París, y todo indica que no será la última porque además de tener unas cualidades físicas y psicológicas similares, ofrecen una garantía absoluta en carreras largas. La victoria de Geraint Thomas ha sido, en general, una sorpresa absoluta pero no mayor que la que produjeron otros grandes campeones en su primera victoria. Lo de Dumoulin ha sido la confirmación definitiva de un corredor estable en todos los aspectos. Y el tercer puesto de Froome la demostración de un campeón capaz de sobrevivir en las peores condiciones.
Geraint Thomas es en cierta medida el hijo de Miguel Indurain, el resultado a la labor paciente realizada con minuciosidad durante muchos años, la visualización final de un diamante pulido con cariño entre la pista, el pavés y las carreras por etapas. En ambos casos nadie pudo imaginar que pudieran llegar tan alto, pero hay gente empeñada en perseguir utopías que finalmente convierten en realidad, una formula que el manager del Sky Dave Brailsford conoce como nadie. Primero lo hizo con Bradley Wiggins, luego con Froome en cuatro ocasiones (6 vueltas grandes en total), y esta vez con Thomas, un corredor transformado desde que debutara hace ahora 11 años con 6 kilos más. La perdida de peso ha sido fundamental en todos ellos, es la clave para sacar el mejor rendimiento a grandes motores capaces de producir muchos watios pero lastrados por un peso excesivo. No es sencillo dar con la fórmula y en el camino se cometen errores, ocurren caídas, lesiones, surgen dudas, siempre se circula junto a un precipicio al que sobreviven sólo los mejores. Thomas ha demostrado ser uno de ellos.
Su victoria ha sido más complicada de lo que parece, acrecentada este año por los constantes abucheos que han castigado muchos “llamados” seguidores a los corredores del Sky por el caso del Salbutamol de Froome. La protesta no solo es una reacción legítima sino necesaria cuando no se está de acuerdo con algo, pero siempre que se mantenga en los límites del respeto, algo que superaron algunos aficionados en los Alpes. La peor parte se la llevó Froome que ha supuesto una gran ayuda para soportar toda la presión que por costumbre conlleva el maillot amarillo. Thomas ha estado exento de esa carga por ser compañero de Froome, en quien recaía la mayor presión de la victoria, algo también fundamental para que Thomas se sintiera aliviado ante un supuesto derrumbe que pese a las dudas finalmente no se ha dado.
Junto al galés la mayor novedad de la carrera la ha aportado Primoz Roglic, un saltador de esquí esloveno que cambio los esquíes y las bajadas por las rampas de salto, por una bicicleta y las subidas de los puertos míticos del Tour de Francia. Pese a tener 28 años es un corredor joven por su llegada tardía al ciclismo y por ello tiene detalles que mejorar, pero tiene dos cosas imprescindibles para lograr el éxito que no consiguió y razón por la que abandonó el mundo del esquí: capacidad física y una recuperación extraordinaria. Sin duda, ha llegado para quedarse. Con su caso y el de Geraint Thomas se confirma que en ciclismo es más fácil llegar de forma inesperada, que cumplir con las expectativas suscitadas en el pasado, cosa que les ha ocurrido a la mayoría que han quedado por detrás de ellos.
A vista de pájaro, este Tour de Francia ha pertenecido por completo al Sky, que, para mi gusto, ha dominado la carrera con una excesiva superioridad. Semejante dominio de la situación poco contribuye al buen espectáculo que se da cuando las fuerzas están más emparejadas y los grandes corredores luchan exclusivamente entre sí. Pero esto en ningún caso es reprochable al equipo británico, escrupulosamente profesional hasta en el detalle más nimio. El Sky es el equipo más criticado, pero también el más envidiado y todos los managers lo imitarían si tuvieran dinero y supieran cómo. Algo está haciendo bien Dave Brailsford si en ocho años ha creado de la nada una superpotencia. Los británicos han logrado más en los últimos siete años que en toda su historia. Hasta 1992 jamás habían ganado un Tour de Francia. Ahora tienen seis con tres corredores diferentes, algo que por lo visto no le perdonan los negacionistas, empeñados en criticar una forma de correr que no es bonita pero que no la inventaron ellos. El Sky es la prolongación de equipos como el Renault o La vie Claire de los 80, o la ONCE o el US Postal de los 90, el resultado perfecto con retoques de modernidad. Por mucho que el reconocido Cyrile Guimard critique ahora duramente al Sky, el Renault que dirigió con Hinault, Lemond, Fignon, Mottet y los Madiot entre otros, logró tanto o más que el equipo británico: 6 victorias en 8 participaciones con dos corredores diferentes, Hinault y Fignon; el Us Postal logró 8 victorias en 10 años con dos corredores, Armstrong y Contador. Y si pudieran todos harían lo mismo, porque el problema del ciclismo actual no es el Sky, es una normativa anticuada que permite desigualdades tan abruptas entre los equipos (el Sky tiene el doble de presupuesto que el Sunweb, equipo de Dumoulin, segundo en la clasificación general) que los más desfavorecidos quedan anestesiados ante tanta voluptuosidad. Pero no nos engañemos, además del presupuesto el único equipo que actualmente reúne todos los requisitos para una victoria en la carrera más prestigiosa del mundo es el Sky, un equipo que está sometiendo incluso al propio Tour de Francia.
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