Con el cambio de recorrido en sus últimos kilómetros, la Paris-Tours ha recuperado una notoriedad suprimida de golpe hace unos años por su exclusión del World Tour. Sin entrar a enumerar la cantidad, cosa que sería imposible, la incursión de tramos sin asfaltar entre los viñedos ha cosechado un número muy alto de críticas y alabanzas, que no es un mal comienzo para intentar recuperar un prestigio que le corresponde por muchas razones.
Hubo corredores, los que más destacaron, que dijeron haber disfrutado con el cambio. Sin embargo, las críticas más severas llegaron desde el coche, o el sofá, porque hoy en día uno no sabe desde dónde dirigen las carreras los grandes managers. Patrick Lefevere, manager del Quick-Step, fue el más explícito: “será la última vez que el Quick-Step acuda a ésta carrera, incluso si la ganamos. Esto no tiene nada que ver con una carrera en ruta”, sentenció. No la ganó, pero cerca anduvo porque el gran Niki Terpstra fue segundo en meta por detrás de un magnífico Soren Kragh Andersen, que se sacó la espina del año anterior (segundo). Pero lo que llama la atención es que sea el propio Lefevere quien critique ahora lo que otros muchos han criticado durante años sobre las carreras que más prestigio le han dado al manager belga, la París-Roubaix y De Ronde, las carreras de un día más emblemáticas y de más aceptación en el mundo entero. Quizás, como ha reconocido el diseñador del recorrido Thierry Gouvenou (el mismo que diseña el Tour de Francia), exageraron con nueve incursiones de tramos sin asfaltar, pero se ha mostrado dispuesto a llegar a un acuerdo con los corredores y equipos. Considero que ese es el camino por el que debe de transitar más a menudo el ciclismo: cambiar, probar, sacar conclusiones, acordar e intentar mejorar.
Al margen de la discusión por el cambio de recorrido, en mi opinión la carrera ha vuelto a tener muchos puntos a su favor. Ha sido una carrera muy abierta, con una gran disputa en la que más que el control de los equipos ha predominado la visión de los corredores, sus virtudes, la estrategia y la ejecución de todas ellas, cosas que no se ven con esa abundancia en otras pruebas de un día del World Tour como la Fleche Wallone o la Lieja, pruebas con un guión mucho más cerrado.
La París-Tours ha sido una carrera en la que se han mezclado grandes veteranos clasicómanos como Terpstra, Gilbert, Vanmarcke o Naesen, con jóvenes que aspiran a ocupar su lugar sin esperar mucho más tiempo. La mitad de los diez primeros son corredores menores de 24 años, y sobre todos, llaman la atención los dos franceses de 22 años: Benoit Cosnefroy, Campeón del Mundo Sub-23 el año pasado en Bergen y, Valentin Madouas, ganador de la París-Bourges ésta misma semana, algo que permitirá a los seguidores franceses soñar con el pavés como lo hacen con Bardet y Pinot en el Tour de Francia.
En mi opinión, y no sólo por el cambio introducido este año en el recorrido, una carrera que propone ese tipo de ciclismo, con esos protagonistas, con esa tradición y ese palmarés merece estar en el World Tour.
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