Vincenzo Nibali es EL CICLISTA con mayúsculas. Nadie como él para definir con exactitud lo que hasta los tiempos modernos se le suponía a un campeón. El italiano es uno de los pocos ciclistas que sigue manteniendo algunas características que de un tiempo a esta parte, se han sustituido casi por completo por cualidades exclusivamente físicas. Es evidente que la ciencia está perfeccionando tanto el rendimiento que los deportistas se asemejan cada vez a seres robotizados, pero Nibali conserva aún la esencia que diferencia a los buenos de los mejores: la actitud.
Nibali no pudo ganar el Giro de Lombardía pero hay logros que suponen un triunfo. Su segundo puesto tras Pinot, el hombre más en forma al final de temporada, lo fue, porque era imposible conseguir más. Nibali no estaba en forma, pero pese a todo fue competitivo al ciento por ciento.
Desde su caída en el Tour de Francia los acontecimientos le han atropellado. La operación, el tiempo de recuperación, la Vuelta a España, el mundial, todo le llegaba de forma apresurada, sin tiempo para acompasar su estado de forma con las exigencias de la carretera. Incluso Lombardía llegó con demasiada prontitud, pero Nibali es un ciclista tremendamente comprometido con la responsabilidad que supone ser ciclista en el país transalpino y no quería defraudar. Lo intentó todo. Quiso engañar a Pinot mostrándole la rueda cuando el francés apretaba, evitando el jadeo cuando relevaba, disimulando la compostura cuando sufría. Puede que el francés picara en al anzuelo, pero fue el propio cuerpo de Nibali quien no le permitió traspasar la línea roja del sufrimiento: explotó. De repente se quedó sin oxigeno, casi inmóvil con tanto ácido láctico en sus células que, de inmediato, interrumpió el sistema de creación de energía de sus músculos.
A tres kilómetros de la meta fue atrapado por el grupo perseguidor que encabezaba Dan Martin con sus típicos ataques extenuantes. Todo parecía haber llegado a su fin, todos dieron por sentado que Nibali había sido derrotado. Todos excepto él, que aún no había dicho la última palabra. Si se trataba de fuerza, es evidente que el grupo que atrapa a un escapado tras una subida está más fuerte, pero hay algunas contadas ocasiones en la que la astucia es más importante y Nibali es un maestro en saber cuando. A nadie se le habría ocurrido atacar en aquellas circunstancias, nadie se lo esperaba, pero El Tiburón tiene un sexto sentido que le permite hacer una lectura exacta de la situación y ejecutar la acción más acertada incluso en el límite de sus fuerzas.
Nibali ha ganado de todo, ha dado grandes exhibiciones, pero seguramente no llegue a los valores absolutos y relativos de potencia de otros competidores y, quizás, no sea un campeonísimo, pero si es capaz de batirlos es porque tiene algo que carecen aquellos que han convertido el ciclismo casi en una formula fisiológica. Nibali es un corredor con alma, EL CICLISTA con mayúsculas.
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