Cuando finalizó la París-Niza me quedé con las ganas de escribir lo mucho que me gustó la carrera, pues había tenido todo lo que se le puede pedir a una carrera de ese tipo; abanicos que despiezaron el pelotón por el lado de los más despistados y/o débiles; esprines en los que se pudo comprobar la brutalidad que imprimen a los pedales corredores como Groenewegen o San Bennett.; una crono que, raro es, no desequilibró la carrera; estrategias para escapar y lograr la victoria de clasicómanos y también, como no, el lucimiento de una generación de escaladores colombianos que prometen llevar a lo más alto al país sudamericano. El ganador fue Egan Bernal, el mejor de todos, el más equilibrado en todas y cada una de las facetas que exigió la prestigiosa carrera.
Al finalizar la Tirreno-Adriático quise pronosticar que será prácticamente imposible que una carrera del Tour World Tour finalice con un margen tan estrecho como lo hizo la prueba italiana. Un segundo, un suspiro, un centímetro, un pensamiento, entre Roglic, el ganador, y Adam Yates, el defensor del maillot en la última crono. La carrera fue todo un homenaje al estilo del ciclismo italiano, recorridos duros, sin excesos pero con la crudeza suficiente para permitir el protagonismo solo a los corredores más en forma: Julian Alaphilippe, Andrei Lutsenko, o Jakob Fuglsang, que se vieron lastrados en la general por el excesivo peso que tuvo, para mi gusto, la crono por equipos.
Ahora que ha finalizado otra vuelta del Wolrd Tour, la Volta a Cataluña, me reafirmo en que el ciclismo está dando pasos a lo que, en mi opinión, debería ser. Un ciclismo en el que el protagonismo personal debe prevalecer ante la del equipo. Me gusta un ciclismo de lucha directa entre los mejores corredores, un ciclismo ofensivo que nos traslade a los años en que nos aficionamos a este deporte. No quiero ver apisonadoras de ningún color que reducen la disputa a un par de kilómetros. Prefiero ver a Egan Bernal atacando sin miedo a 6 kilómetros de la meta como en Valter 2000, a Miguel Ángel López arriesgándose a 8 kilómetros en La Molina, a Thomas de Gendt y Schachmann burlando el poder, a priori, inquebrantable del pelotón en etapas llanas o onduladas, a Nairo Quintana jugando a querer ser ganador, a los hermanos Yates dando rienda a suelta a toda su imaginación y obligando al líder a defenderse con compañeros de equipo cuando los tuvo o en solitario cuando no le quedo otro remedio. Todo eso y más se ha visto en la Volta a Cataluña, una carrera que se ha acercado un poco más a lo que en mi opinión debería ser el ciclismo.
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