Hay corredores que siempre tienen algo oculto en la chistera y Vincenzo Nibali es uno de ellos, capaz de entender y producir ciclismo como pocos. Lo mismo da que sea una gran vuelta por etapas, Giro, Tour que Vuelta; vuelta de una semana o una gran clásica. Nibali ha ganado hasta la Sanremo, carrera reservada para esprinters u hombres rápidos y que desde 1992 no lo había ganado ningún corredor que previamente se hubiera impuesto en una vuelta de tres semanas (Sean Kelly, porque Jalabert, ganador en el 95, ganó la Vuelta posteriormente).
Nibali venció con el sello de la casa, al ataque y con la sabiduría que da el ser el representante máximo del ciclismo italiano en la última década. El siciliano jamás corre a expensar de otros, nunca se aprovecha de nadie, siempre produce su propio ciclismo que es espectacular y del gusto de todos, sobre todos lo italianos que le adoran como a los antiguos campeones. Nibali es capaz de rescatar lo mejor de todos los ciclismos, el antiguo y el moderno, uno de los pocos en cumplir con misiones imposibles.
En mi opinión su éxito tuvo dos claves. Una, la más importante, su lectura de la carrera y la capacidad de ejecución. No fue el único que se dio cuenta que Sagan y Kwiatkowski se estaban marcando en exceso y hubo más gente que atacó pero nadie con la fortaleza del italiano que subió con una cadencia firme y equilibrada. A partir de ese momento sacó a relucir todo su abanicó de dotes: una técnica extraordinaria en bajada con una especial habilidad para tumbarse en las curvas que le permitió mantener la ventaja hasta la llegada del llano, y una vez allí, una capacidad psicológica bestial para soportar la presión de ver al pelotón encima y sufrir lo indecible sin desfallecer.
La otra clave fue el exceso de recelo que tuvieron los dos grandes favoritos, Kwiatkowski y Sagan. El campeón del Mundo se quiso vengar de la edición anterior y no permitió un respiro al polaco, que pese a atacar en un par de ocasiones no fue capaz de despegarse un metro del eslovaco, que harto de que se aprovechen de él corrió más reservado que de costumbre guardando las fuerzas para un esprint que evitó Nibali sacando del sombrero una victoria con la que soñaba toda Italia desde hacia tiempo.
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