Hasta este Giro de Italia, Simon Yates (Bury, Inglaterra, 1992 años), ha sido un corredor de perfil medio-alto que lleva tiempo siendo aspirante a todo pero que no ha ganado, todavía, una vuelta por etapas, tan solo triunfos parciales que a menudo cuentan con cierta dosis de beneplácito de los mejores por no considerar al atacante una amenaza real para el triunfo final. Así ha logrado imponerse en la Vuelta a España, París-Niza, Romandía, Cataluña o en la Vuelta a Gran Bretaña, que no está nada mal para su edad.
Pero ahora, en el Giro, todo ha cambiado y se ha situado en un escalón en el que puede presumir de ser el único corredor que tiene la victoria en su mano. Todo depende de él, y sólo él disfruta de ese estatus. Si sigue rindiendo a ese nivel nada ni nadie podrá evitar una victoria que ahora mismo parece segura. El resto, todos, dependen de factores que no dependen de ellos, necesitan, sobre todo, que falle Yates, algo que no parece probable a estas alturas, aunque en la tercera semana puede pasar de todo.
Yates ha encarrilado la carrera como lo han hecho los más grandes de la historia, con un ciclismo grandioso, ofensivo y ejecutando cada acción con precisión milimétrica. Un ciclismo, que si no fuera por la televisión, pareciera de la época del blanco y negro, un ciclismo que buscaba la gloria en cada pedalada, que era épico en la victoria porque había, antes o después, grandes derrotas. Un ciclismo sin más cálculo que el impulso interior, cierta improvisación y mucha determinación. La etapa de Sappada fue el resumen de todo ello. No recuerdo ningún líder de una carrera actuando así teniendo en su grupo a dos compañeros de equipo que le podrían haber puesto la alfombra roja. De golpe, atacando a casi 20 kilómetros de meta, Yates rompió con todo el molde del ciclismo de los últimos años en el que se ha impuesto el ciclismo de los quipos repletos de grandes corredores minimizados a gregarios que con un ritmo frenético impiden cualquier tipo de ataque hasta visualizar la meta. El británico dejó un episodio que se recordará tanto o más que aquel que protagonizaron Visentini y Roche en las mismas carreteras en 1987. Con una fuerza que no cabe en un cuerpo tan pequeño y una osadía fuera de lo común, nos deleitó con una exhibición que quedará para la historia.
Asustados ante la emergente estrella, sus contrincantes no parecen visualizar ninguna vía de escape. Yates ha lanzado dos envites serios en este Giro al campeón del año pasado, que a su vez es Campeón del Mundo contra el crono. Ha ganado los dos. Uno en Osimo, donde realizó una persecución de kilómetro y medio siempre a la vista de Dumoulin pero sin que nunca lo pudiera atrapar. Fue un gran logro de tenacidad. El otro en Sappada, que duró casi 20 kilómetros. Ahora les espera otro de 34 kilómetros entre Trento y Rovereto, pero todo indica que mantendrá la maglia rosa, y si no lo pudiera hacer tiene aún tres grandes etapas de montaña, donde, ya, nadie discute su clara superioridad.
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