Vuelta a España: el secreto no está en el recorrido

El recorrido de la Vuelta a España 2017 no ofrece nada nuevo, es una copia de las últimas ediciones con innumerables finales en alto y una crono con una distancia considerable (42 kilómetros) a la que temen los escaladores que aún no han descubierto los secretos de la lucha en solitario, y probablemente nunca lo hagan por las dificultades que conlleva la especialidad más complicada del ciclismo, operaciones de marketing al margen. Serán 9 finales en alto (de diversas dificultades), una crono por equipos en Nimes de 13,8 kilómetro que servirá para abrir la carrera sin permitir muchas diferencias, y la crono individual, que como siempre, tendrá un peso específico muy marcado. Un calco de lo visto desde el año 2010 con un estilo patentado por el Giro de Italia cuando vivieron la época dorada de los escaladores nacionales.

Se agradece el esfuerzo de los organizadores por intentar despertar el interés en la carrera desde la primera semana colocando etapas, en teoría, importantes que obligarán a estar alerta y a emplearse a fondo desde la quinta etapa. En ese aspecto poco relajo habrá para los corredores que cada 2-3 días se verán obligados a freír el corazón y crujir los músculos al máximo hasta la llegada al Anglirú, víspera de celebrar el triunfo final. Pero el exceso nunca ha sido una virtud y nada peor que intimidar a los protagonistas para que se contraigan de miedo. Todo puede ocurrir, porque de todo ha ofrecido la historia.

 

En la edición de 2012 por ejemplo, los tres primeros corredores de la General se llevaron 6 etapas lo que demuestra que no dejaron ni más migajas. En cambio, el año pasado, solo dos etapas de los nueve finales en alto fueron ganadas por los mejores de la general, hecho que evidencia que la carrera tuvo un carácter estratégico muy pronunciado, aunque hubo etapas como para despertar todos los sentidos. El recorrido marca el perfil del ganador, pero la grandeza de la carrera siempre está a merced de la bondad y el nivel de los corredores. No hay más secretos.

En el acto de presentación de la carrera, la sonrisilla pícara de los escaladores aumentaba en proporción a la revelación de los secretos que conocía todo el mundo hasta que, de repente, fruncieron el ceño con la llegada de la crono de Los Arcos-Logroño (16ª etapa). Pero no creo que estén en disposición de quejarse. Es un hecho que en el ciclismo actual las diferencias que se logran en la crono son infinitamente superiores a los pocos segundos que existen en las llegadas en alto, sean estás al final de puertos largos y tendidos o cortos y muy empinados, pero en un recorrido con nueve finales en alto no creo que exista desproporción alguna con una sola crono de 42 kilómetros. Si los finales en alto fueran menos, 4-5, sería partidario de reducir las dificultades contra el tiempo, pero quien quiera ganar una gran vuelta en estas circunstancias debería asumir sin excusas esa distancia y si no mejor afrontar objetivos más humildes.

Nadie puede teorizar sobre un tipo de recorrido que garantice el espectáculo, pero echo en falta un itinerario más abierto que permita entrar en la pugna de la victoria de etapa a los clasicómanos y a la vez no admita despiste alguno a los hombres de la general e imposibilite al mismo tiempo el excesivo control que ejercen en demasiadas ocasiones los equipos más fuertes. Ese tipo de trayecto sinuoso, que invita al ataque, a la colaboración entre diferentes, que permita el sueño de la revolución denegada y conlleva un ciclismo lleno de pasión y fuera de todo tipo de control, algo similar a lo que ocurrió en la etapa de Asolo en el pasado Giro de Italia, donde entraron en fuego cruzado el líder de la carrera, clasicómanos como Diego Ulissi o Matteo Trentin, esprinters como Nizzolo o Modolo y tampoco se descuidaron hombres que disputaban la General. Para eso tanto o más importante que el recorrido sería necesario tomar otras medidas como reducir el número de corredores por equipo en la carreras, pero eso es harina de otro costal que dejaremos para otra ocasión.

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