No recuerdo nada parecido. Seguramente Mark Cavendish será el corredor más rápido de los últimos años. Uno de los más veloces de todos los tiempos. Nadie tiene su aceleración, su explosividad. Nadie es capaz de recorrer una distancia tan corta a tanta velocidad. Es un rayo.
Lo que hizo en la Milán-San Remo no se puede explicar. Hay que verlo, vivirlo. Nada es comparable. Mario Cipollini fue muy rápido. Alessandro Petacchi también, pero ambos contaban con muchas ventajas, sobre todo la comodidad de tener garantizada una posición privilegiada en el momento justo. De tener siempre a mano a un lazador que los protegiera hasta que llegase el momento adecuado. Pero ninguno de los dos tuvo tanta suficiencia como para reconducir situaciones adversas. Si las cosas no iban de cara, no disputaban el esprint. No se arriesgaban. Miedo a la derrota.
Mark Cavendish es diferente. Seguramente se parezca más a Oscar Freire que a los dos corredores mencionados anteriormente. O a Robbie McEwen. Pero es más rápido. El más rápido. Lo demostró como nunca en la llegada de San Remo. Su velocidad es tan bestial que es capaz de solucionar situaciones que sus adversarios ni tan siquiera llegan a imaginar. Nadie se atrevió a salir detrás de Heinrich Haussler a tanta distancia de la meta. No fueron capaces. Pero, de repente, cuando la gente casi comenzaba a celebrar la victoria del alemán, surgió Cavendish como una exhalación dejando atónitos a propios y extraños. No es que los sacara de rueda, les aventajó en dos segundos a los Hushvod, Allan Davis, Petacchi, Bennati y compañía. Algo insólito en un esprint de esas características. Pero no se extrañen. Lo volverá a repetir en más de una ocasión. Este corredor marcará una época.
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