Richie Porte volvió a ganar en Willunga Hill (sexta consecutiva) y Daryl Impey se llevó la general. Era más o menos lo esperado y lo pronosticado antes de la última etapa, y se puede concluir que ha sido un premio justo en virtud de lo que se ha visto a excepción de la caída de Patrick Bevin, el único que podría alegar algo. Impey, junto con Bevin y Luís León Sánchez, estuvo disputando casi todas las etapas con el objetivo de arrancar unos segundos gracias a las bonificaciones, un colchón necesario cuando es imposible estar a la altura de Porte en Willunga Hill.
No hay corredor tan estrechamente vinculado a un puerto, es el ejemplo de la sincronización perfecta, una fusión que parece inquebrantable. Porte es el único que tiene la formula exacta para ganar en Willunga Hill, que no es otra que una capacidad extraordinaria para rodar en acidosis durante dos minutos y medio, o sea, el último kilómetro. El australiano soporta como pocos esa horrible sensación de estar a punto de que todos los órganos del cuerpo salgan por los aires y resiste como un jabato las heridas que el ácido láctico produce en los músculos de las piernas, petrificadas por tanto esfuerzo. El ciclismo es un deporte que exige conjugar muchas virtudes, pero sobre todo la capacidad física, la llave que abre la puerta de la victoria en los finales en alto. Ese es el mayor mérito del australiano, ahora, del Trek-Segafredo. Todo el mundo sabe donde ataca, todos sabían que lo volvería a intentar, su rueda es la única que te lleva a la victoria, pero hay que seguirla, algo de lo que nadie ha sido capaz en los últimos años.
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